martes, 4 de agosto de 2009

NOVELA: EL COLOR DEL ALBERO


SI QUIERES COMPRARLO, PÍDELO A LA DISTRIBUIDORA EGARTORRE
Telf: 91 872.93.90 - Fax: 91 871.93.99


CAPÍTULO I

Hay una casa antigua, con la fachada cálida del color del albero, y las ventanas de madera siempre cerradas, y un jardín abandonado bajo las lágrimas abatidas de un sauce viejo.
Tenía prisa, quizás demasiada. Quería arreglar una serie de papeles que ahora dejaron de ser importantes, y, mientras conducía por la calle de las Hilanderas, de soslayo la vi, y ya no pude dejar de mirarla en los segundos que tardé en recorrer aquellos metros.
Está envuelta en un preludio nostálgico, y permanece difusa en algún rincón de mi memoria. A veces, creo verla al doblar cualquier esquina, o de lejos, o en libros de otros países.
Recuerdo que aminoré la marcha y que giré la cabeza hacia la izquierda una y otra vez para verla. Allí estaba. El color del albero, la fachada cálida del color del albero, una casa antigua, otra vez. La misma compresión en el pecho, la misma pena. Aquel recuerdo.
A veces, la sueño: Abro la verja, cansina y ruidosa, y me interno en la floresta desamparada, y oigo a las violetas tormentosas, a unas cuantas margaritas y alguna verónica mustia cómo susurran a mi paso una cancioncilla que casi reconozco. Al mirarla, un destello de intuición, apenas percibido, desaparece en la náusea del vértigo de la amnesia.
Un grupo de edificios se interpuso. Ya no podía verla. Paré el coche en doble fila. Y esa serpiente gruesa y maciza que se retuerce alrededor de mi garganta quiso estrangularme de nuevo, pero tenía que seguir mi camino. Prometí volver a pesar de la pena y el miedo, de la irrealidad y el vértigo, de la amnesia y la llaga.
Hay una casa antigua, con la fachada cálida del color del albero, y las ventanas de madera siempre cerradas, y un jardín abandonado bajo las lágrimas abatidas de un sauce viejo.

Pero no regresé hasta dos años después. La vida te hace a veces postergar momentos que pueden ser, o no, importantes; retrasar actividades, echar en un saco vacío a los amigos, olvidar promesas. Hay que elegir, siempre estamos eligiendo: la calle por la que vas a ir para eludir el atasco; cruzar o no con el semáforo en rojo; ponerte falda o pantalón; llamar o no llamar a alguien; citarte o no en el ginecólogo; quitarte la chinita del zapato o seguir adelante: Amelia se ha quedado paralítica por no pararse unos segundos a quitarse el zapato y sacar la chinita que le venía molestando desde hacía rato. No quiso perder unos segundos y ahora perderá media vida en la silla de ruedas. De decisiones tan tontas como pararse a sacudir tu zapato o no sacudirlo depende la vida. Aguantas la chinita y en la esquina una moto te arrolla y te tira por los aires como si fueras un pelele zarandeado por la manta. Media vida perdida en la silla de ruedas si además toma la decisión de perderla. Eso también depende de otra decisión o de muchas decisiones pequeñas que van formando la tela de araña de la vida que nos envuelve y de la que dependemos como trapecistas. Porque cada una de las decisiones te dirige a otras, te remite a otras y a otras mas, a un interminable número de decisiones variadas. Pararse o no pararse para ver la casa antigua con la fachada cálida del color del albero. Abandonar mis obligaciones y seguir aquella congoja. Ir o no ir. En ese momento no fui...

No hay comentarios:

Publicar un comentario